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El relato más bonito jamás contado sobre la Sierra de María Los Vélez

En el siguiente post queremos reproducir uno de los relatos más bonitos sobre la Sierra de María Los Vélez. Es obra de nuestro ilustre paisano y poeta Julio Alfredo Egea.

(Fuente: Blas Fuentes)

En este remanso de altas sierras, próximo a cumbres y collados, busqué un atardecer amparo de relentes. Quería dormir allí bajo las densas ramas -paraguas y quitasol- para empezar un amanecer en acecho de palomas torcaces.

Extendí la manta buscando acunamientos de la tierra y, decidido el lecho, salí del cobijo del árbol en despedida de últimas claridades del día. El sol, ya perdido, repartía sus mantos postreros por las cumbres y vecina la noche avanzaba en misterios. Acerqué alforjas y navaja de entre mi breve equipaje de cazador. El pan, el vino… sabían a donación sublime de la tierra. La cena frugal, en aquellos vírgenes lomos del mundo, ganaba transcendencia de comunión natural.Resultado de imagen de sierra de maria los velez

Próxima la noche, en vuelo apresurado, pasaban las palomas hacia lejanos dormideros, quizá buscando la encina solitaria o el cobijo almenado de verdes del transpuesto pinar. Cesaban trinos y había un relevo de insectos nocturnos afinando sus élitros, y se iniciaba un guiño sonoro, monótono y pausado, de misteriosas aves que despertaban en umbrales de la oscuridad. Era un momento mágico y supremo… ¿cómo  no sentir a un Dios próximo y latente? La fe es un sentimiento a través de todos los tiempos, vivaz y borrado, entre deslumbramientos o cegueras. El corazón siente y presiente en plenas certezas, en salto sobre las angosturas del razonar.

Naturaleza y soledad invitaban a la meditación. La prisa, las exclusivas urgencias hacia los dominios de lo material, en un mundo deshumanizado, mutilan en el hombre el don precioso del pensamiento paralelo a los ritmos armoniosos del corazón.  ¿Por qué meditar?. Para que no se sequen las fuentes interiores  que, con vocación de río comienzan lentamente a manar en el corazón novicio de todo hombre. Aquella apresurada andadura del Hermano Rufino, que pasó por la vida en busca de los gestos vegetales de la tierra…¿no sería su manera de meditar buscando huellas del dios de los tomillos?

Resultado de imagen de sierra de maria los velezLa verdad está en los interiores, armonizados por la naturaleza circundante. Se funde y entrelaza en los místicos el “sabor” del paisaje con el “sabor” de Dios. Como siempre me ocurría en parecidas circunstancias, en aquel ocaso pensé en los místicos.

El nacimiento de la sabina, según cálculos del Hermano Rufino -ciencia y presentimiento-, fue contemporáneo al nacimiento en el siglo XI del gran místico islámico, sufí almeriense, Ibn al-Arif. Cuando en las cumbres de estos nortes del relente frío brotaba la sabina o alzaba sus ramas primeras hacia el beso del sol, junto al mar, en la Alcazaba almerienseque había crecido en torres, o en sus aledaños, nació Ibn al-Arif “el hijo del Vigilante”. Vigilante nocturno del palacio y los jardines de su padre. Hacía largo tiempo que ya era Pechina armoniosa república de religiones , y hasta ella legaban las respiraciones trascendentes de los místicos arábigos; grandeza de voces como la del murciano Ibn Arabí. El nacimiento  de la sabina, en las montañanas norteñas, estuvo signado por el nacimiento en los extremos del sur, junto a la belleza del mar infinito, de hombres como Ibn al-Arif que fue maestro de espiritualidades, meditador y contemplativo, siempre en cumbres de santidad y poesía.

Versos viejos y eternos rondaban mi memoria cuando fui a cobijarme bajo las ramas de aquel árbol con vocación de eternidad. Placentero fue el sueño, tumbado sobre la manta extendida en la desnudez de la tierra, no lastimando su dureza la juventud de mi esqueleto, sintiéndome feliz. Desperté soñando a Dios, y aún rondaban mi memoria versos sublimes, los del místico Imagen relacionadacristiano San Juan de la Cruz.

Bandadas de torcaces abanicando al aire pasaban desde el rastrojo de trigos recién segados hacia cercanos aguaderos. Asomaba a las cumbres la cresta de la luz del sol saliente. Todo el paisaje montañoso que abarcaba mi vista vestía un pasajero disfraz de niebla, en luminosidades intermitentes. Era toda la Sierra catedral de la Mística.

(Texto reproducido de Alrededores de la Sabina. Relatos de paisaje y vida en torno al Parque Natural Sierra María Los Vélez. 1997).

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